miércoles, 28 de enero de 2009

LA JOVEN DE LA MECEDORA


Ella estaba sentada, y no me atreví a mirarla. Estaba tan sola como si hubiera acabado su historia.
La silla apenas poseía una región de su alma. La última pared de aquella casa resistía a los embates de un viento oscuro, que amenazaba con arrastrarla al otro lado, del que jamás se vuelve. No supe jamás quién era, ni porqué acudió a visitar mi mente. La ví fugaz, como unnretazo de otro lugar del que sólo queda en el aire un ténue olor envejecido.